Apareciste
de pronto para marcharte,
tu
recuerdo regresa con olor a pérdida
y
como un río desbordado
mi
voz silente pronuncia tu nombre.
Luz
de jardines, un puñado
de
buenas intenciones,
sueño
despojado,
cicatrices
sobre las viejas heridas,
flor
de noche y el alma maestra del aire
erigen
la brisa que avienta
la
Isla de Claridad donde ahora habitas
con
tu presencia sosegada, encendida,
fugitiva,
resbalada y las cascadas rebeldes
de
tu voz de agua.
Con
el temblor de quien teme equivocarse,
como
suelen vivir todos los hombres
que
no conocen todavía la pérdida,
te
digo
que
en el centro de tu pecho
que
trepó en el aire para entrar en él,
entre
el aquí y el allí de tu pasión,
el
desfile callado de tu vida,
las
alegrías de tus labios sedientos
y
tus sueños y tus desvelos,
con
un vértigo insondable
y
peregrino de ti mismo
y
con la vida al reverso de la senda,
tu
alma no logró acostumbrarse
a
la hoguera equidistante
de
la luz y la tiniebla
ni
al doble dolor de lejanía azul
y
sin salida
porque
tú eras un hombre de luz.
Ahora,
bajo una lluvia de ecos
y
por si vinieran tiempos de silencio
para
un hombre como tú
cuyo
futuro ha sido demolido,
pronuncio
tu nombre
con
los ojos perplejos y perdidos,
y
por el líquido espejo de la poesía,
te
abro mi corazón
a
ti
que ya emprendiste tu viaje a Ítaca,
tu Isla de Claridad que ya encontraste,
donde reinan la felicidad, la sencillez
y la paz:
la Arcadia.