La trastienda donde la familia del hombre luminoso
pasó la mayor parte de su vida fue una ratonera, posteriormente un zulo
horroroso, sin aire, sin cabeza y sin salida. En aquella ratonera, en aquel
zulo, vivía quien perdía el aire y se quedaba fuera; moría quien respiraba
aquel aire y se quedaba dentro.
En la vida de aquel hombre luminoso, todos los
familiares cercanos que fueron apareciendo sin haber sido invitados a estar
presentes en la vida de aquella familia, primero en la tras- tienda,
posteriormente en el piso justo enfrente de la tienda, lo hicieron con la
ventaja de quien posee las riendas de la historia. Aplicaron sus criterios de
medida y sus normas y esquilmaron el crecimiento de aquel hombre luminoso junto
a su familia.
Aquellos seres indecentes durante ¡treinta años!,
¡treinta años!, ¡treinta años!, esputaron con el uso de sus lenguas viperinas a
la familia del hombre luminoso: siete seres humanos maravillosos que tan solo
intentaban sobrevivir con la dignidad intrínseca a toda persona, intentado
hacer realidad el legítimo derecho de tener una vida propia y hacerlo cada día
con la ilusión de poder recibir su porción de la felicidad repartida por el
Universo.
El horizonte de aquel hombre luminoso fue un río
sublevado y libre, un campo de luz gorjeante, una pradera de lirios que nunca
germinó entre sus labios pues siempre renunció a las hierbas.
¿Acaso el hombre luminoso no tenía derecho a poder
hacer realidad su sueño de vivir libremente junto a su familia? Aunque las
condiciones para conseguirlo no eran las idóneas —siete seres hacinados en tres habitaciones que en
realidad eran parte de una trastienda—, aquel hombre luminoso, soñando, podría
haber conseguido, en libertad, la realización de sus sueños, pero esa vida
propia o una exigua ración de la misma siempre estuvo dominada por las cadenas
impuestas por una minoría de seres inhumanos desvergonzados e indecentes: los
inquilinos y La corte de la porca miseria. Hienas y arpías, con su maldad, eliminaron
cualquier vestigio de vida en la familia del hombre luminoso. Nunca lo dejaron
en paz, siempre estaban presentes, manipulando, des- preciando, cercenando la
utopía. Aquellos familiares cercanos decidieron por él, por su mujer y sus
hijos. El hombre luminoso y su familia fueron condenados
por sus propios familiares a ¡treinta años de soledad y destierro!, ¡treinta años!, ¡treinta años!
Cuando desapareció la instigadora de toda aquella
maldad, Matajari, la gran mamma, ya era demasiado tarde. El hombre luminoso ya
vivía con el cáncer en sus entrañas, la vida de cada uno de sus cinco hijos era
una nave a la deriva y todos viajaban marcados por el estigma de la
infelicidad.
La vida en familia de aquel hombre luminoso se
desarrolló en la trastienda inhabitable del negocio familiar: una tienda de comestibles.
Tres habitaciones, un cuchitril, una salita de estar, una luz gris y nada más. Los tres hijos varones ocupaban una habitación oscura abierta a un patio interior; las dos hijas, otra abierta al mismo patio; el matrimonio, una habitación enrejada con vistas a un impúdico callejón; para la higiene, el cuchitril, y la salita de estar. La cocina era parte de la tienda. Eso era todo.
Entonces, ¿cómo es posible que la jauría de hienas y arpías no respetaran la vida de aquellos siete seres humanos que malvivían en las condiciones más lamentables? ¿Por qué no les dejaron ser felices? ¿Por qué destrozaron la vida familiar del hombre luminoso? ¿Por qué aquellos seres inhumanos impidieron que en la vida del hombre luminoso y su familia nunca se pudieran cultivar los tres principios básicos para una vida humana digna: el Ser, la Verdad y el Bien?
Tres habitaciones, un cuchitril, una salita de estar, una luz gris y nada más. Los tres hijos varones ocupaban una habitación oscura abierta a un patio interior; las dos hijas, otra abierta al mismo patio; el matrimonio, una habitación enrejada con vistas a un impúdico callejón; para la higiene, el cuchitril, y la salita de estar. La cocina era parte de la tienda. Eso era todo.
Entonces, ¿cómo es posible que la jauría de hienas y arpías no respetaran la vida de aquellos siete seres humanos que malvivían en las condiciones más lamentables? ¿Por qué no les dejaron ser felices? ¿Por qué destrozaron la vida familiar del hombre luminoso? ¿Por qué aquellos seres inhumanos impidieron que en la vida del hombre luminoso y su familia nunca se pudieran cultivar los tres principios básicos para una vida humana digna: el Ser, la Verdad y el Bien?
Dentro y fuera de la trastienda, el hombre
luminoso y sus hijos han llevado y llevan una vida basada en el servicio a los
demás, la fidelidad, la gesta, la verdad, el humor y la búsqueda de la libertad
por el laberinto de la vida. En efecto, la cualidad humana más notable de los
cinco hijos del hombre luminoso es su actitud de servicio a los seres humanos,
estando dispuestos a afrontar como propias las desgracias e injusticias que en
otros sucedieran —siempre antes que la vida propia— y con absoluta heroicidad.
Por ejemplo, Tato —el segundo hijo del hombre luminoso—, un trabajador
intachable, un hermosísimo padre de familia, siendo enlace sindical de la
empresa donde trabajaba, se jugó la vida por la defensa de los derechos de sus
compañeros de trabajo, arriesgándola, hasta el punto de ser despedido, pasando
desde entonces a integrar la lista de parados que como una verdadera lacra
social todavía hoy sigue existiendo en España.
Los hijos del hombre luminoso —auténticos seres
humanos por los senderos de la vida— desde sus puestos de trabajo y con las
únicas armas de la decencia y la honradez, siempre están dispuestos a ayudar a
resolver todo tipo de daño que a cualquier otro ser humano se le presente,
poniéndose, muchas veces, en situaciones de verdadero peligro. La heroicidad de
los hijos del hombre luminoso nunca está en sus victorias ni en sus logros
—bien exiguos por cierto— sino en la perseverancia, en la fe que ponen en sus
acciones, que siempre aprendieron de su padre.
En aquella trastienda los cinco hijos aprendieron
de su padre a ser personas de Fe, buscadores de la Verdad y de la consecución
del Bien. Estos son los tres principios que marcan la vida de los cinco hijos.
Las dificilísimas condiciones para la vida dentro
de la trastienda han obligado a los cinco hijos del hombre luminoso a
desarrollar su peculiar sentido del humor, como necesidad vital, como una forma
de estar en la vida ante las acciones humanas tan contradictorias que
conocieron desde sus edades más tempranas. Se empecinan siempre en ser ellos
mismos; con su inquebrantable lucha y voluntad se mantienen como seres libres
que viven sin ataduras ni amarras. Son seres autónomos, voluntariosos y
aventureros, que no responden a los requerimientos de familia, amigos o
conocidos, porque el ideal de la libertad —tan interiorizado en cada uno de los
cinco— está por encima de los condicionamientos.
Los cinco hijos de aquel hombre luminoso, han
llevado una vida laberíntica de difícil solución, arriesgada. Siempre luchando
contra los seres trepadores, constructores y hacedores de la barbarie, han
encontrado a través de esa lucha la puerta que les ha llevado a tener una vida
autónoma, propia.
Han vivido lejos del encantamiento, la confusión, el embeleso, las maquinaciones y las mentiras que la jauría de hienas y arpías trataron de imponerles. En ningún momento han sido seres pasivos o han acatado los designios a los que fueron condena- dos, sino que han permanecido durante toda su vida intentando comprender la realidad y las estrategias que aquellos seres indecentes dispusieron sobre sus vidas, sin conseguirlo completamente.
Así, de este modo y siguiendo siempre sus propios caminos, han logrado escapar —no sin heridas profundas y sangrantes— del infierno que las hienas y arpías trajeron a sus vidas. Aunque crecieron hacinados dentro de la trastienda, desterrados más tarde, aprendieron a idear e imaginar constantemente la forma de salir de las encrucijadas que las hienas y arpías embaucadoras de su propia familia les tendieron durante ¡treinta años!, ¡treinta años!, ¡treinta años!, e iniciaron desde la trastienda, a base de voluntad, de esfuerzo y ansias de plenitud, su camino hacia la libertad... Y así siguen.
Han vivido lejos del encantamiento, la confusión, el embeleso, las maquinaciones y las mentiras que la jauría de hienas y arpías trataron de imponerles. En ningún momento han sido seres pasivos o han acatado los designios a los que fueron condena- dos, sino que han permanecido durante toda su vida intentando comprender la realidad y las estrategias que aquellos seres indecentes dispusieron sobre sus vidas, sin conseguirlo completamente.
Así, de este modo y siguiendo siempre sus propios caminos, han logrado escapar —no sin heridas profundas y sangrantes— del infierno que las hienas y arpías trajeron a sus vidas. Aunque crecieron hacinados dentro de la trastienda, desterrados más tarde, aprendieron a idear e imaginar constantemente la forma de salir de las encrucijadas que las hienas y arpías embaucadoras de su propia familia les tendieron durante ¡treinta años!, ¡treinta años!, ¡treinta años!, e iniciaron desde la trastienda, a base de voluntad, de esfuerzo y ansias de plenitud, su camino hacia la libertad... Y así siguen.