Mi súplica segunda
Si tú estuvieras, sí.
Si tú vinieras.
Si tus ojos
me trajeran el mar...
Elena Martín Vivaldi
Hombre tierra, hombre aire,
hombre
pan, hombre árbol,
hombre
viento, hombre Adán.
Hombre hombre,
desde
mi corazón nacido al llanto,
temblor
de luna sostenida,
campo
de amado silencio,
en
el instante de tu muerte,
cuando
te contemplo olvidado
de
la mano del mundo
comienzo
mi canto:
Tu grandeza nunca llegó antes de tu muerte.
Te
lo secuestraron todo.
Elevaste hasta tus ojos
la
fatiga de un mundo de toros sin cabeza
y
en aquella angustiosa noche te preparó el aire
para
la definitiva senda de acequias y bancales
de
tu tierra de vinagre.
En tu hermosa frente
no
pudo el signo de la luz asesinada borrar al hombre.
En
tu antártico rostro quedó
una
paz dibujada, antes nunca conseguida.
Un
clamor de voces pereció contigo,
un
arado de dolor quebró la tierra para siempre.
El
sol de agujas de tu nobleza ya extinguida,
anidó
en tu sangre como una luz negra
hasta
partirte el alma.
Hombre hombre,
¡qué
sendero de nieve sobre tu labio!
Hermoso Adán del trabajo y del silencio.
Dios de la dulce mirada perdida.
Flor en un mundo tan áspero.
Hermoso
Adán, hombre hombre,
cuando
iniciaste la marcha definitiva,
—vagabundo
del asfalto, Adán bueno—
eras
un muerto que viajaba infinitamente solo
al
más desesperante y chirriante de los sueños.
Adán Adán,
la
muerte cumplió su cometido:
te
llevó para siempre.
A lo largo de tu vida imposible
corrió
el caballo desbocado,
el
vacío derribó tus ignorados deseos,
las
arpías te ahogaron con sus lenguas de veneno,
ganaste
una corona de crepúsculo indecente,
el
implacable abandono irrumpió sobre tu vida
y vestido de inmaculado
-tras un aire de cristal-
te llevaron a la
y vestido de inmaculado
-tras un aire de cristal-
te llevaron a la
tierra
la más
de ausente:
linde la
muerte.
muerte.