Guardo en el
frondoso jardín del alto aire, una brisa de mar en calma, un canto de poblado
silencio, digo tu nombre, una fecha, 1978.
Un lirio
imposible en el trance del lugar sitiado inicia el camino de un ensueño de vida
lejos de la casa de cartón; la búsqueda de la juventud no conocida y mi voz
de niño, sumergida en las besanas del
bancal tricolor. Allí quedó el temblor de mi vida inédita, el fuego del perfume
de mis primeros sueños y el viento del poniente esparciendo el polen azul de la
sangre.
Tengo que
decirte que 1978 marcó el antes y el después de mi relación contigo. Aquel año
trajo el alivio para ti, transeúnte diario entre el llanto del hombre y el
latido del niño que nació con el soplo de la aurora, y se hizo canto y alma
vertiendo silencios de amor poblado y sonrisas tiernas y perfume de tibia
azucena como frutos más del troje.
Ya no
contemplo tus ojos de niño, ni oigo tu fuerte pisada. Has muerto para los seres
de mirada endurecida, aquellos paganos que invocaron plegarias de odio y
enarbolaron estandartes ultrajando tu historia.
Tú has sido un
hombre justo y limpio respirando por tus cinco espigas; recio, manso y de
corazón granado en una tierra labrada de nieblas enloquecidas. Desde que
tuviste tu cita con la muerte me he quedado sin respuestas ante una vida, la
tuya, deshabitada de ti mismo.
Hoy, con esta
pena tan inmensa por haberme quedado sin tiempo, quiero escribirte para que
sepas que aún existes dentro de mí. No me abruman las tormentas de preguntas
sin respuesta sobre tu vida invisible, ni tampoco me desespera el hueco largo entre tu vida y
la mía, ni el pan caído al fango del zulo, ni las pupilas hondas ausentes de
luz. Estoy sereno porque te amé verdaderamente.
Tu enseñanza
constante, tu noble gesto acariciando la tierra que pisaste, el primer
cigarrillo que me ofreciste, tus toses a escondidas para no alarmar mi descanso,
tu coraje al levantarte después de cada caída -innumerables- a lo largo de tu
historia... y ese silencio en la flor de tus labios.
Tú dejaste mi
sangre a la luz de un cirio que no pudo apagar el soplo de la muerte. Ahora,
que me he quedado sin tiempo que
ofrecerte, vas, vienes, sales, entras, subes, bajas, cortas, labras, suplicas,
amas, observas,...creces en tus cinco lirios como un gajo de hombre gigante y
sigues sin negarle tu latido a los barbechos.