A El Jorge de Trigueros
Reviviendo
el ayer de mis pasos
he
comprendido la germinación
de
la soledad definitiva en este
silencio
en Luz de Luz ya iniciado;
abrazo
mis cosas, mis libros
la
vida, la pureza, la ternura en todos mis signos;
las
calles no secuestrarán entre su niebla y sus rumores
mi
presencia amorosa entre las hojas
antes
de que llegue el olvido.
Corto
el ancla del hartazgo de mi pena
tan
aciaga, tan antigua; me despido
de
una infancia en exceso dolorosa,
huérfana
de la razón, de la esperanza,
a
la luz de la dignidad.
Reniego
del arribismo, de la palabra huera,
del
juicio ajeno, de la conciencia servil,
de
la norma, de la prebenda, de la vida
como
apuesta de un juego impío.
Mi
guía interior ha consagrado mi vida,
totalmente
fuera del tiempo, a un viaje
sin
retorno, dispuestas ya mis luces
ahora
nunca más seguro.