A El Jorge de Trigueros
Quisiera que aceptaras mis palabras,
que comprendieras la inveterada búsqueda
de un refugio de vida en el amor a ti,
que aceptaras mi melancolía.
Atrás quedaron los sonoros entresijos
de la cruel inquilina hacedora de mi vida
una posada de miserables, la soledad
impuesta.
Quisiera que aceptaras mi cansancio,
mi alma sin espejos,
la pasión con que defiendo
la patria inmortal de la memoria,
el temblor de mi corazón
al escribirte este poema sin ritmo.
Quisiera que aceptaras mi sed de luz,
que comprendieras mi naufragio en los verbos,
mi súplica del horizonte de tus ojos
más allá de la angustia,
que aceptaras mi tristeza,
la crónica de tu ausencia,
ángel azul,
que pronunciaras
mi nombre entre la niebla.
Quisiera que aceptaras mi vida
lenta en el fuego, los recuerdos,
las eternidades, mi vida en la
luz,
en la aurora, en la lluvia.
Quisiera que comprendieras
que estoy a los pies del abandono,
desgastado por el viento,
desprotegido ante el vacío.
Si aceptaras,
si comprendieras mis palabras,
de mi boca sería el fuego,
de mi alma, la palabra,
de mi vida, la victoria ante la muerte,
de mis noches, la luna.
Me preguntan ¿hijo?
y no encuentro la respuesta.
Bendecir quisiera
la luz de tu nombre,
ángel de aire, ángel azul,
ángel entreverado, ángel de luz,
envoltura de mis alas, lucero de mis sueños.
¡Puéblame!
¡Enciéndeme!
¡Desnúdame!
¡Nómbrame,
aunque sea sin palabras!
Por la escalera de la muerte mis andrajos:
hijo!!!
hijo!!
hijo!
amor a ti,
locura en ti,
soledad de ti,
las heridas de mi vacío: