La valía de un hombre
se
mide en la cuantía de soledad
que
le es posible soportar.
Friedrich Nietzsche
Al
abrigo de este otoño
rememoro
el paisaje de mi infancia
sometida,
huérfana de mariposas;
me
alejo de las lenguas sátrapas
que,
irredentas, inmisericordes,
me
hurtaron hasta cegar las orillas del llanto.
En
mi soledad
-zanjado el miedo-
nombro
mis adentros,
sus
luces reverdecen, mas no la memoria
enmudecida
ante las manos innobles, sediciosas,
perturbadas,
adictas a la muerte,
¡vieja
partitura sin título!
A
la luz del olvido
mis
nombres cuajados de tristeza
alumbraron
la evidencia de mi decrepitud,
los
riesgos en que estuvo mi vida,
la
inveterada angustia por vivir atrapado
en
un humillante exilio impuesto
del
que nunca he sabido defenderme.
Diecinueve
mil ochocientas cinco lunas anhelantes,
diecinueve
mil ochocientas cinco auroras desoyendo las guirnaldas,
diecinueve
mil ochocientos cinco mares sin llegadas,
diecinueve
mil ochocientos cinco azules sin esperas,
cuando
el otoño estranguló mi sufrimiento.
Cuando
el otoño estranguló mi sufrimiento
nombre
mis paisajes, mis acordes ambulantes,
los
amores ausentes, los hijos no nacidos,
las
casas sin pulso, las higueras ya maduras,
el
hercúleo cinamomo vestido, sus hojas vivas,
el
angosto rincón forjador de mis juegos
-jamás de mis sueños-
y
aquella ciudad inasible.
Cuando
el otoño estranguló mi sufrimiento
busqué
al hacedor de los signos, al mago,
al
náufrago, al brujo, al hombre,
y
yo nací para siempre a la nostalgia.