A El Jorge de Trigueros
Aunque
aislado en tu universo de náufrago
-ya elegiste tu rincón-
con
una cumplida indiferencia vives lejos
del
asedio quebradizo de las vanidades
-de la cresta de la ola sobre todo-
sin
perder el brillo vivaz en tus ojos.
Te
preguntas
si
encontrarás a quien explicarle
el
desgarro interior de tus insomnios,
si
comprenderás que tu último amor
ya
ha caducado, que prolongarlo es pudrirlo.
Traedme
quietud
-dices-,
aprenderás
a defenderte
de
tantas compañías sin silencio
que
de antemano sabes que te destruyen.
Traedme
silencio
-susurras-,
vivirás
dignamente,
lejos
de toda lucha estéril
por
lo que ya no te pertenece,
aprenderás
a estar triste sin humillarte,
ya
no pasarás la vida rumiando tus reiterados errores.
Traedme
luz
-suplicas-,
vivirás
sólo por gusto,
no
malgastando tiempo en otra espera.
Y
aunque arrastras una pena de orfandad
-es tu pánico atroz-,
sabes
que la muerte ya no es solución
para
tu angustia.
Traedme
quietud.
Traedme
silencio.
Traedme
luz.