José Antonio Amaya Torres,
mi padre
Y es ahora
que con la luz muerta
e inerte que te cubre, padre mío,
de ojos verdiazules,
recién llegado
a este bermejo alcor de tu descanso,
cuando brota tu ilimitada minerva
secuestrada hasta la agonía
por la copiosa prole de despiadadas arpías
que sembraron cantos de veneno sobre tu honra
en aquella pocilga de lenguas obscenas, de agujas,
es ahora,
padre mío,
ausentes tus ojos,
ausentes tus labios,
ausente tu palabra,
decidida tu ausencia para siempre,
decidida tu ausencia para siempre,
es ahora,
desde esta plaza del aire más alta,
bajo el cielo estremecido por tu albura
y bajo el tornasolado techo
transeúnte que te cubre,
cuando tu palabra
-libre de pátinas, de veladuras, de vaguedades-
reverdece sobre la sombra de lo desvalijado,
en este patio silencioso
lleno de pozos de ceniza
como la nada de las palabras que te escribo.