José Antonio Amaya Torres,
mi padre
No dejaste el arado ni la cometa,
ni la paloma ni el pañuelo de la ausencia.
No dejaste el agua ni la cintura,
pero nunca olvidaré la luz ni el tiempo de tus nombres.
El otoño traerá los amarillos,
danzas de horizonte, nostalgias remotas.
No podré ya mirar tus ojos,
pero nunca olvidaré la luz del tiempo de tus nombres.
Porque nunca olvidaré la luz ni el tiempo de tus nombres,
porque el silencio ha dibujado lo vivido,
porque la palabra anidaba en tus entrañas
en un poniente de brisas infinitas,
lo que ya no dirán los aires
lo mantendrá vivo tu música.
Si te reviviera...
Si el azul fuese
cuerpo...
Si te enamorara,
mi vida...
El tiempo, alzado,
el aire, un azul ingrávido,
las noches enajenadas
por la voz del espejo,
la boca te pronuncia
como mar que respira,
como rumor de simientes,
de auroras sibilantes,
retornas con los aires
de la madrugada, en silencio,
y lo primero que hago es ofrecerme
a la distancia cercana de tus labios,
pero no tengo ya ojos
para tu cuerpo,
y no oigo nada más, sino tu nombre de plata.
ni la paloma ni el pañuelo de la ausencia.
No dejaste el agua ni la cintura,
pero nunca olvidaré la luz ni el tiempo de tus nombres.
El otoño traerá los amarillos,
danzas de horizonte, nostalgias remotas.
No podré ya mirar tus ojos,
pero nunca olvidaré la luz del tiempo de tus nombres.
Porque nunca olvidaré la luz ni el tiempo de tus nombres,
porque el silencio ha dibujado lo vivido,
porque la palabra anidaba en tus entrañas
en un poniente de brisas infinitas,
lo que ya no dirán los aires
lo mantendrá vivo tu música.
Si te reviviera...
Si el azul fuese
cuerpo...
Si te enamorara,
mi vida...
El tiempo, alzado,
el aire, un azul ingrávido,
las noches enajenadas
por la voz del espejo,
la boca te pronuncia
como mar que respira,
como rumor de simientes,
de auroras sibilantes,
retornas con los aires
de la madrugada, en silencio,
y lo primero que hago es ofrecerme
a la distancia cercana de tus labios,
pero no tengo ya ojos
para tu cuerpo,
y no oigo nada más, sino tu nombre de plata.