José Antonio Amaya Torres,
mi padre
La casa de imposible arquitectura
que desecho te cobija, padre mío,
no merece acoger tanta hermosura
ni el trono ciego de tu poderío.
De tus ojos en mi alma su ternura
prendida está ahora en manos del frío.
Navegante silente es tu navío
abatido en el mar de la amargura.
Lejos del cráter de los siete pozos
alza un ángel de tu hombría su perfil
resplandeciente por más desvalido.
Cernidos tus silentes alborozos,
cribado tu espacio, barbechó en abril
e inmortal tu incorpóreo latido.