A El Jorge de Trigueros
Abandono
todo mi pasado,
todo
cuanto hice o dije,
la
maldad ajena,
el
torbellino de ropajes, posesiones,
fama,
puestas en escena;
soy
un extraño a la patria que me impusieron
llena
de cortezas, de desgracias, de impurezas,
de
odios, de azares de toda índole,
vanidad
de vanidades.
Porque
amo mi destino en la luz,
libremente,
sin artilugios,
honro
a mi alma,
hago
el bien en todas mis acciones
trabando
una acción buena con otra;
sin
el mínimo intervalo,
a
la única luz
de
mi guía interior,
vivo
centrado en ella
haciéndome
a mí mismo,
a
la luz de la verdad, de la justicia,
de
la pureza de las cosas en sí mismas,
sin
juicios, sin vehemencia,
sin
resistencias,
aunque
el oleaje me arrastre.
Mi
vida está en la luz
que
en mí habitaba sin saberlo,
vivo
conforme a la luz,
soy
un hombre digno del mundo,
de
todo lo que emana de mi guía interior;
se
acabó mi mundo antiguo,
he
llegado a la frontera de la luz,
todo
está en calma,
todo
ha sido nada,
y
se acabó la cólera.