a El Jorge de Trigueros
La
morada de paz
nunca
lo fue para mi vida;
torpemente
he crecido ausente
del
amor en compañía, mas ahora,
cercana
la decadencia,
de
los escasos efluvios de la memoria,
a
la ternura asido, a su amparo,
vivo
redimiendo mi pasado
para
no caer en la locura.
Estaciones
sin llegada del amor,
mundos
sin presencias verdaderamente compartidas,
sueños
en los que la luz jamás estuvo,
la
voz de mi padre que nunca llegué a disfrutar,
dos
refugios nunca hogares,
una
vida hecha de lágrimas,
sembrada
de palabras ruines por impuestas,
de
heridas irremediables siempre abiertas,
la
pérdida de todas mis ganancias.
De
mis reiterados fracasos me he convertido
en
un experto en el arte de la pérdida, del aturdimiento.
Siempre
supe de este dolor desde la infancia; indomable, desde la juventud aprendí a
engullirlo, mas ahora, cuando se presenta
de
la mano del cansancio, a paso sutilmente infalible,
cuando
ya no va quedando casi nada, siento miedo,
un
inconmensurable miedo a ser ignorado,
-después
de tanta lucha-
iniciado
el desenlace.