Cuando toda la vida
cabe en una lágrima:
no tengas miedo a recibirme,
te necesito como siempre:
más que nunca,
sobre todo ahora,
cuando el azul
que entró en mi alma
acompasado a mis pasos
ya no vuelve como entonces.
La espera,
la lluvia serena de las tardes,
la desnudez de mi dolor,
el cuerpo,
la soledad encendida en transparencias,
la casa sin el acento
de tu presencia tan amada,
las tardes de miradas ausentes,
de palabras sin respuesta;
cuando toda mi esperanza
es la germinación de una nueva inocencia,
de la vida,
de la ternura,
del encuentro de la infancia,
también de tu música,
también de tu palabra,
ahora,
todo es un silente alejamiento
largamente sostenido
por el aire de pureza
que te envuelve,
y, como si aquí estuvieras,
bajo las persianas
hasta conseguir la acostumbrada penumbra,
que ya está cerca el otoño,
que ya viene en una hilera de cuerpos recogidos;
y sin más motivo
que asomarme
al fondo de tus ojos
sin historia,
si regresas,
encontrarás tus cosas
como tantas veces: sin tiempo;
y, como si aquí estuvieras,
cierro mis ojos de niebla, de pérdida,
y prendido de tus labios de acuarela,
como siempre,
cuando éramos historia común
y acariciabas una vez y otra
todas las soledades de mis ojos,
tiernamente y sin palabras,
desde aquí,
te digo que te amo.