Contemplarte cada día fue la entrada y la salida del hombre, con
las luminarias en las idas y el humo de las candelas en cada regreso.
Tu marcha definitiva trajo el gran silencio de mi alma. Todo
encontró su oscuridad; de tu cabello blanco, la brisa huida; del aprisco de tus
manos, una soledad de miradas; del vuelo de encuentros, la cita lenta y
definitiva del segundo sin retorno.
Tus silencios aún permanecen en su lugar. Tus paseos sin rumbo por
las plazas fueron testigos de tu búsqueda de la libertad. Tus trabajos donde te
sacrificaste esperando la frontera y tus ojos encendidos me permiten vivir en
ti y en tu recuerdo, en oleadas de amor abierto al mundo de los sueños, de las
formas más puras y generosas de los hombres.