Jesús Amaya Vigil
De vates y orates. De poetas e imprudentes.
¿Qué nos diferencia a los artistas, poetas, pintores, escritores o músicos del resto de los mortales? Pues bien, la respuesta es: nada, absolutamente nada. Muchos diréis: pero qué dice este tipo; esto no es posible. Otros pensaréis que los artistas somos más sensibles, hipersensibles, podríamos decir; especiales, en cuanto a que vemos y sentimos la vida de un modo diferente; diferentes al resto por nuestro modo de proceder en la vida: liberales, bohemios, eremitas o excéntricos. No, no es posible, insistirán algunos: el artista es... otra cosa.
Pues no, no somos otra cosa...
Veamos...
¿Qué tiene de especial el modo de sentir de Jesús Amaya? Los hay, como él, a
los que la vida nos ha golpedo en pleno rostro una y otra vez sin podernos
defender. Como él, los hay que hemos contemplado tan de cerca el verdadero
semblante de la soledad que se ha convertido en nuestra segunda piel. Como él,
los hay que a veces respiramos dolor con cada aliento. Los hay, en fin, como
Jesús, que hemos amado con tanta intensidad que el desamor nos ha dado a
concebir la muerte como una experiencia dulce.
Y no por ello somos poetas...
¿Quién no ha escrito a hurtadillas,
sentado en la cama de su habitación, un poema de amor... o de desamor? O ha
garabateado con un pincel, un poco de acuarela, alguna puesta de sol. O ha
escrito alguna carta a su amada, amiga o amante intentado emular a los
Cervantes, Celas o Vargas Llosa. Cualquiera de nosotros, en cualquier momento
ha sentido que la vida le ahoga, que no puede más, que gritar no basta, que
llorar no libera, que huir no es una opción, que odiar no es suficiente. ¿Quién
no ha batallado contra molinos de viento y ha perdido o ha sucumbido ante la
presión, ha decidido que esa no es su lucha y ha dicho basta? Todos, cada uno
de nosotros, ha sufrido en mayor o menor medida alguna de estas experiencias.
Y no por ello somos poetas...
Entonces, ¿por qué este poemario que
tengo en mis manos existe? ¿Acaso hablamos de un vate orate, un poeta loco, un
ser imprudente que expresa sus sentimientos más profundos simplemente porque no
tiene otra cosa mejor que hacer?
Pues bien, ya que existe, hablemos de
él:
“La
pintura es poesía muda y la poesía pintura ciega”, decía Leonardo da Vinci.
Insto, pues, a nuestro querido vate, a que cerremos un ciclo.
Jesús, inspirado por la luz de mi
pintura “El Jorge de Trigueros”, ha transmutado el aire, la soledad, el amor...
Hoy te nombro, Ángel entreverado,
Ángel azul, regreso a ti, te encuentro
en la respiración de cada día,
habitas mi memoria.
Eso es todo, todo eso,
todo, todo
Ha conformado los recuerdos dotándolos de un nuevo significado, una palabra azul, su palabra, que nos abraza al padre:
“Hombre aire... hombre viento, hombre Adán”...
...y tras el abrazo, la ausencia, y tras la ausencia, la despedida:
...en este patio silencioso
lleno
de pozos de ceniza
como
la nada de las palabras que te escribo.
...escribirá en su último poema “Y es ahora”..., o aquella que nos sumerge en un desamor “que te despega el alma”; palabra cruel como la soledad impuesta, como “la música de la nada“, tal y como el poeta la describe; palabra, en síntesis, que nos empuja a “soñar las edades de la inocencia”. Insto, insisto, a que Jesús extraiga el alma que ahora descansa en sus poemas y que me ayude a crear una pintura que plasme su belleza usando toda la gama de azules que tengo a mi disposición y así, si Dios estima que dos corazones pueden unirse ante un mismo evento, ofrecer al mundo la obra más hermosa que estas manos puedan concebir, un nuevo ángel azul...
Quisiera que aceptaras mi sed de luz...,
...ángel
azul,
que
pronunciaras
mi
nombre entre la niebla.
Soy consciente de que es un gran reto: la luz, como todos sabemos, no se destruye jamás, tan sólo se transforma...
“...vivo redimiendo mi pasado
para no caer en la locura.”
Estos versos, presentes en su poema de “La morada de paz”, lo dicen todo. Sí, Jesús, es cierto, la distancia que media entre vates y orates es muy corta... Tan corta que podríamos decir que la poesía es una “locura acordada” o una “cordura alocada”, un juego de palabras que pone de manifiesto que el poeta que se precie moja su pluma en la tinta más espesa y oscura a la que cualquier ser humano pudiera enfrentarse: su yo, su verdadero yo.
Y de ello debemos presumir poetas y pintores, porque ofrecemos al mundo
la desnudez más absoluta, la nuestra, sin tapujos, sin ambages, sin vaselina,
olvidando que para lo que algunos es íntimo para nosotros es expresión vital,
lo que para muchos es desalmada soledad para nosotros es goce, un goce sin
nombre, porque de ella extraemos una verdad tan necesaria como inquisidora pero
gracias a ello nos acercamos a esa “otredad” que es nuestra mayor demanda:
“Ser ese otro en el espejo que nunca
fuimos, ni somos ni seremos pero que nos insta a seguir viviendo, a pisar
fuerte, a insistir.”
Decía Pedro Gollonet, poeta granadino: “Vivimos en un mundo extraño y
cuanta más capacidad de introspección tenemos, más apreciamos esa extrañeza,
esa desubicación ante lo que nos rodea."
Y nuestro Jesús, desubicado, inerme, que resucita con cada aliento, con
cada poema, busca ubicarse en cada uno de nuestros latidos, allí donde el dolor
nos mira directamente a los ojos.
Y otro Pedro, nuestro Pedro Ávila, en la presentación que hizo del poemario
de Jesús Amaya “Todos mis nombres son aire”, dijo:
“...la conciencia del poeta se rebela contra
las leyes del tiempo...”
Profunda reflexión que lo expresa todo del verdadero poeta: para el poeta el tiempo es una quimera, pasado, presente y futuro son una misma cosa. Todo cuanto ha vivido ha dejado una huella palpable, física si me apuráis, en su corazón, una huella que se mantiene intacta como el primer día, indeleble, de la que bebe como agua de manantial, como vino amargo, como herida eternamente abierta. Porque todo, absolutamente todo, es ayer para el poeta.
“...Veintisiete
mil ochocientas cinco lunas anhelantes,
veintisiete
mil ochocientas cinco auroras desoyendo las guirnaldas,
veintisiete
mil ochocientos cinco mares sin llegadas,
veintisiete
mil ochocientos cinco azules sin esperas,
cuando el
otoño estranguló mi sufrimiento”...
Y es ayer. Y es ahora. Y es para siempre... No hay descanso para el poeta, no hay catarsis, no hay fin ni objetivo, no hay metas ni medallas, todo abrazo es efímero, todo aplauso es vano.
“...porque no deseas nada material,
porque
reniegas las coronas, los halagos,
porque
abominas la envidia, la maldad, el juicio ajeno,
porque
desoyes el ruido vacío de los cínicos,
porque has
renunciado a la vanagloria,
porque no
crees en el éxito, ni en el poder, ni en el dinero,
porque
abominas de los malditos y tóxicos indiferentes
que venden a
su hermano para salvarse;
porque no
quieres nada de nadie
que no sea
la ternura, la bondad,
el amor de
los amigos, la risa compartida...”
Y es ayer. Y es ahora. Y es para siempre... Como las cachetadas que nos dan nada más nacer y que algunos aún sienten en su piel, Jesús Amaya Vigil ha sufrido el exilio más cruel al que la vida puede someter a un hombre cuya sensibilidad es su segunda piel: la incomprensión. Porque para asomarnos al interior de Jesús, el poeta, al hombre que se eleva a la más alta de las montañas para de inmediato caer al más profundo de los abismos no hay más que un camino: leer sus versos desde la madurez, desde la templanza, desde la experiencia que nos da la vida pero con la inocencia de un niño...
“...dime
si alguna vez fui niño que sueña,
cuéntame
alguno de ellos;
...y dejarse mecer por el aire que surge
de su verbo...
“...mis
dibujos, si los hubo, en las paredes
de aquel
rincón, dónde se encuentran,
recuérdame
alguno;...”
Déjame ayudarte, Jesús, porque el que esto suscribe puede y quiere
recordarte alguno de tus dibujos, y dónde se encuentran. Porque se encuentran
aquí, en mi corazón. Tú, mi buen amigo, con tus poemas, con tus versos, con tu
palabra azul, has guiado mi percepción línea a línea, trazo a trazo, hasta un
rincón de tu memoria, que es ahora la mía y has dibujado con ello la esencia de
un instante, de un niño que ansía un beso, una caricia, una palabra amable.
“...Al abrigo
de este otoño
rememoro el
paisaje de mi infancia
sometida,
huérfana de mariposas;...”
Yo recuerdo a ese niño, sentado, ausente, mirando con esos ojos bañados por el color del mar cómo la luz del sol se desliza cálida por su piel; un niño que desafía a un mundo que vocifera sin sentido, que grita, que ensordece sus sentimientos, que nada sabe de ese pequeño ser que escruta con su mirada todo cuanto le rodea y se pregunta si habrá otra vida...
...“La nueva vida siempre, siempre,
siempre en la llamada enajenada del amor”.
...un amor que es una entelequia, que es tan
sólo un sueño...
...porque siempre, Jesús, aún siendo un
niño, has soñado con el amor...
“...Tantas veces el pulso, tu latido, sin
poder alzar mi
vida desde tus aguas.
Lágrima a
lágrima toda mi sed,
aquí mi
anhelo, cómo decirlo, pronunciándote”.
¿Qué poeta no ha buscado celosamente
describir el amor? ¿Quién no ha intentado encontrar la palabra exacta que lo
defina, que defina con absoluta precisión los sentimientos? ¿Y quién lo ha
conseguido? Nadie. Todos y cada uno de ellos han fracasado en el intento. ¿Y
cuál es la razón? Muy simple: no hay modo de abarcarlo. Ni el poeta puede
hacerlo porque la palabra lo limita; menos aún el pintor cuyos pinceles son
incapaces de plasmar en un lienzo cuán hermoso es; aún más lejos el escritor,
que se pierde sin remedio en una introspección sin fin. ¿Y qué podemos decir de
nuestro Jesús? Tal vez sea el poeta que más se haya acercado a describirlo:
“Amor, oh cuánto Amor, pero Amor cuándo?
Qué más da cuánto se siente, si el amor no es mensurable. Qué más da si
el amor nos eleva al cielo si no es más que un estado pseudopsicótico que nos
induce una felicidad surrealista que tememos constantemente perder. Qué más da
si nos convierte en gigantes ante la pequeñez del hombre. Qué más da si el amor
al final es ausencia...
A veces pienso, Amor,
que algo me
falta cuando
brotas para
que me fije en tu ámbito,
dejas que mis
ojos revivan con el iris
de tu fuego
vivo y no me diluyo en ti.
Con esto del amor tan sólo debemos esperar que un día nos llame a la puerta y nos encuentre dispuestos a que la luz, esa luz que viaja a través del corazón de los hombres, y que muchos ignoran que se encuentra tan cerca, halle su regazo en nosotros y se detenga por un tiempo de su eterno viaje y nos haga sonreír a una vida que parece haber perdido su sentido del humor. ¿Cuándo golpeará nuestra puerta? Bueno..., ésa es otra canción...
Como hay otra canción cuyo son atrapa a nuestro Jesús en una invisible
red imposible de soslayar: la soledad...
“...la nueva soledad del hombre
crecido por las lágrimas...,”
...como la soledad misma del Cristo en la cruz, un Cristo, Lumen de Luminen crecido por el dolor, la humillación y la barbarie, abandonado por su Padre a un escarnio más allá del dolor físico.
Un hijo que buscó siempre el abrazo del Padre...
Carmina Lucis es llanto y duda, es tanto un grito al viento como un susurro lanzado al aire, es un canto primigenio de alguien que demanda amor desde que abrió los ojos a la vida, un hijo transformado en luz, una luz cegadora para la ceguera del alma, un milagro hecho palabra.
En fin: ¿Qué nos diferencia a los artistas, poetas, pintores, escritores o músicos del resto de los mortales? Como hemos visto, la respuesta es: nada, absolutamente nada.
VERDE QUE TE QUIERO JESÚS
Intuí tu verdad un día cualquiera, una
tarde cualquiera a una hora que no recuerdo. Sólo un poema, uno solo, y lo
supe, supe que tenía que conocerte. Más adelante descubrí, una tarde
cualquiera, tu mirada, y de nuevo lo supe, supe que debía abrazarte, sin mediar
palabra. Luego, oí tu voz recitar uno de tus poemas y lo supe, sin error, sin
la menor duda, que la luz que emanabas era la nuestra.
Déjame
inspirarte, si puedo... Déjame ser el aire que respiras, el aliento que exhalas
y, si la soledad te abruma, déjame ser tu sombra. Al menos, así, participaré de
la grandeza de tu verbo, allí donde la bruma se desliza renglón a renglón por
la cadencia de tus versos.
No
hay poesía más hermosa ni corazón más puro que aquél que nace del ritmo
acompasado de un latido frágil, leve como la caricia de un suspiro. No hay
poesía más hermosa que la que nace del silencio más ensordecedor, aquel que nos
grita en la noche cuando la luna nos descubre. No, no hay poesía más hermosa
que la que se adhiere a las heridas de nuestros recuerdos: ésos a los que tú,
Jesús, sometes con el yugo de tu palabra.
Tu
palabra... Sí, aquella que aún no ha logrado definirte porque no hay
significante que alcance a expresar la extrañeza de tu ser; palabra hiriente
como la verdad más cruda, amable como el sentimiento más honesto. Tu Palabra:
un don, una ambición, una rareza.
Déjame
inspirarte, si es posible... Déjame ser ese otro que concluye tu deseo, que
agazapado entre tus versos busca tu mirada. Déjame ser tu regazo cuando ese
íntimo destierro que Pedro Gollonet describe, se haga eco en tu corazón. Déjame
robar tus versos, hacerlos míos, porque los necesito para gritarle al mundo que
aún siento, que la belleza me estremece, que compartimos la luz.
Verde
que te quiero Jesús, como la espiga mecida por el viento deslizas tu pluma
entre versos con aromas a infancia, a lágrima, a piel maltratada. A padre.
Verde que te quiero Amaya, como la estirpe del que ofrece sus entrañas al
escarnio de las hienas, a las miradas vacuas, a los sordos de espíritu. Azul
que te quiero Carmina, como el ángel que conforma tu sombra, que te canta al
oído en una frecuencia que sólo tú puedes oír: porque la vida es posible sólo
si tú, Verbum & Lumen, puedes
describirla.
¿Quién
eres? ¿De dónde vienes? ¿Qué te empuja a vivir? ¿Renacerás? Porque yo así lo
deseo... Derrámame tus lágrimas y con ellas haré el más bello de los cuadros,
háblame del desamor y con ello irrumpiré en el cielo desafiando al mismo Dios,
háblame del aire y con ello crearé la más cruel de las tormentas que arrasen
con toda la mentira.
Háblame
de tu hijo no nacido y yo, con mis propias manos, moldearé el barro, le daré
vida y será tu vástago. Porque, desde que te conozco, estoy en deuda contigo.
“El
deseo del hombre es el deseo del Otro”, concluía Jacques Lacan, el gran
psicoanalista francés, tras años de estudio, al comprender que el deseo se
aliena en el otro, depende de este Otro al mismo tiempo que requiere de él un
reconocimiento.
Yo re-quiero de Jesús Amaya su presencia.
Tú,
Jesús, eres ese Otro-poeta que yo demando.
Francisco
Trigueros,
pintor