A El Jorge de Trigueros
Fue
al atardecer,
el
crepúsculo en los tilos.
Tus
ojos del adiós callaban
-era
inevitable el naufragio-;
al
irrumpir mi lágrima primera
se
dibujó en el aire tu gélida ausencia
-el despojo absoluto-
y
tu voz enmudecida en los verbos
abrió
la puerta a la nada.
En
la mesa del café,
un
halo de inocua impaciencia;
aunque
afligidos, mis ojos
encendieron
el horizonte de violetas;
todavía
en tu cuerpo supliqué besarte,
asido
a tus manos dibujé un vuelo confiado,
"otra pirueta de las tuyas",
fue
tu sentencia.
Desde
la rama combada que los tilos ofrecían
florecieron
mis labios al nombrarte
en
olas y nubes de ternura.
Con
el miedo a no saber
si
encontraría otra luz fuera de ti,
inicié
el primer paso
-en azul y cristal-
hacia
el amor amado
y
vino la lluvia...
...y
en la nada
tomó
vivo sentido mi luz definitiva
en
silencio y quietud.