Ni el aire remueve
—acaso a la espera—
los posos de tu memoria,
los estandartes del amor perdido,
el naufragio de tus labios,
el río arraigado de tus pasos,
la temblorosa morada de tu corazón.
Todos tus anhelos que llevan
mi nombre prendido, aquí están,
en el baile de luces
que no cesa desde el aire,
en la voz antigua de la tierra.
Déjalos que sean presencia.
La tarde trae su abanico de naranjas,
y te llevará por el mar de los tejados.