Mi vida se detuvo
en una calle gris, número diez.
Huérfano de veletas
sobreviví
a un invierno interminable
de humillaciones constantes
y pérdidas que poblaron
mi historia.
Cuando la carencia más cruel
acercó sus últimos rescoldos
uncidos a una infinita tristeza,
no permití nuevamente su cobijo,
apostando desde entonces
por una vida digna en la lucidez,
la única certeza que mi vida reclama.