I
En el árbol del ahorcado
los nombres no son hombres,
son verbos. Hacinados,
iniciaron la travesía
en una patera llena
de agua hasta hundirse
o en una riada humana
por los campos errante,
y en el
advenimiento,
transfigurado en pórtico
el edén es un espectro,
ebria ensoñación ebria
de una tierra prometida
allende los mares,
las fronteras.
II
¿A qué estamos nosotros,
interceptado
el arribo,
al conocer la espalda del
mundo
que nos deslumbra en este
teatro de las apariencias?
¿Desde qué vidas oscuras
nacidas tras la muralla
del Sur nacidas
la
desesperación de los hombres,
desde dónde el dolor de
los desahuciados?
¿Y hasta cuándo la subsistencia
mancillada
en las tierras de nadie,
las rutas del éxodo,
las
esperanzas cercenadas
al arribar al edén
espurio,
la
crueldad de las mafias
desplegando los tentáculos
de la muerte,
los desheredados de la
Tierra,
la desvergüenza tristísima
de Europa?
III
No sabemos hacia dónde
llegaréis
cargados con vuestros
bártulos,
ni por qué vuestra
asediada frente
os obliga a esta
peregrinación sin icono
por los arduos senderos
del primer mundo,
con vuestro trasiego que
es padecimiento y desvarío.
Nos abruma vuestro coraje
sin fin,
nos aflige siempre en
tránsito vuestro tiempo
en esta inmensidad de la
arrogante Europa.
Vosotros y nosotros somos
de la vida y de la luz,
y es igual la precisa voz
de vuestro sentir
franqueando las fronteras
y los puertos
que nuestra incesante
búsqueda de hombres
ensimismados por los
estragos del tiempo.
Mientras en tenebrosa
miseria a su declive
encadenado camina el
primer mundo encadenado
nosotros miramos vuestro
éxodo y nos comprendemos:
nosotros vivimos con la vanidad de vanidades
y llevamos por el olimpo
de la soberbia
la rémora de nuestro
endiosamiento y las mentiras,
el mito de nuestro edén y
su espiral de humo.
En el árbol del ahorcado
los nombres no son
hombres,
son verbos.